sábado, 29 de mayo de 2010

Unos guantes

Eso fue el único resquicio que había quedado de su compañero de viaje.
Desapareció por la puerta del vagón como el agua cuando lo hace por el desagüe de la pica.
No pensó en preguntar su nombre, el trayecto pasó en un segundo, quizás en dos.
Cogió uno de los guantes sin ningún miramiento y se lo colocó en su mano. Allí dentro parecía minúscula, un relieve del propio guante.
Lo atrajo hacia ella y cerró los ojos un segundo, aún conservaba su olor.
Sonrió satisfecha.
Se acomodó en el asiento y comenzó a disfrutar del paisaje que le ofrecía la ventana del tren. Campos y más campos.
Cuánto tiempo hacía que no veía ese color, un verde intenso, difuminado eso sí, por la velocidad a la que iba su transporte. Enterrada en el asfalto de la ciudad ya había casi olvidado la sensación de libertad que produce la naturaleza.
Se sacó distraídamente el guante de la mano, pero al deslizarla hacia fuera tropezó con un papel o algo así como una etiqueta.
Dió la vuelta al guante y cosido junto a la costura había un trozo de tela con dos iniciales J.E.
Tal vez no estaba todo perdido o tal vez sí, pero estaba segura que sería agradable pasar sus pequeñas vacaciones en aquel pueblo perdido de la montaña intentando averiguar cosas sobre su misterioso compañero de viaje.
Dobló con cuidado los guantes y los guardó dentro de la mochila.
Volvió a acomodarse en el asiento y siguió disfrutando del regalo que le ofrecía la ventana del tren.

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