lunes, 9 de agosto de 2010

LLegar

Todos iban por delante, desde su posición podía divisar la cornisa por la que desfilaban, parecía una columna de hormigas en formación.
Cómo podían ir tan deprisa.
Estaba convencida que ella llegaría también, pero su ritmo era mucho más lento.
Se sentó en una de las rocas salientes y contempló el río allá abajo, deslizándose como una serpiente cristalina. Los árboles se mecían al son de una extraña e invisible melodía, la del zumbido del viento.
Estaba sola.
Vació la mochila y se quedo con lo imprescindible, se abrochó bien las botas y comenzó de nuevo a andar.
Podía hacerlo, sólo era cuestión de no mirar abajo. Si lo hacía, el vacío sería su perdición.
Se arrimó más al lado de la montaña y siguió la marcha cantando una melodia de cuando era niña, de este modo se encontraba acompañada.
Volvió a pararse, sacó la botella de agua y bebió.
Volvió a seguir la marcha sin parar, llegaría seguro.
Justo cuando le flaqueaban las fuerzas, al doblar un recodo del camino, una cara amiga salió a su encuentro tendiéndole una mano.
Levantó la mirada y allí estaban todos, esperándola.
Había llegado.

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