Los barcos en el puerto aguardan a que amaine la tormenta,
la impaciencia los agita,
no están hechos para lucir amarrados.
Las nubes, el viento y los rayos prosiguen su fiesta,
el mar ha mutado de color y se eleva arrogante ante las rocas,
devorando la costa a cada golpe de ola.
La lluvia y el aire luchan por derribar el faro,
éste se mantiene erguido luchando contra su adversario,
como arma su brillante luz a modo de fina espada.
Pero nada dura para siempre y el sol consigue abrirse paso
entre las pesadas y sólidas nubes negras,
el viento amaina y da paso a una extraña calma
que impregna el mar de un suave canto azul.
Los barcos abandonan su refugio
y parten a alta mar a descubrir nuevos lugares.
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