martes, 1 de febrero de 2011

Removía distraída con la mano la arena.
Hundía los dedos en ella y los volvía desenterrar dejando que la arenilla resbalara entre ellos.
Miró el reloj, miró la luna, no tardaría mucho en llegar.
Se tumbó boca arriba apoyando la cabeza en la mochila.
Siguió jugando con la arena sin pensar en nada más.
Sonreía.
Él llegó puntual, como lo había hecho todos los días de esa semana.
Quizás ese sería el último o el primero de una historia por comenzar.
Se tumbó a su lado y besó su mejilla, pillándola por sorpresa.
Ella se dio la vuelta y hundió su cara en el pecho de él.
Él acarició su espalda lentamente, ella se acercó más.
La perfumada luz de la luna contemplaba la escena.
Se sentaron uno enfrente del otro, muy cerca.
Ella levantó su mano y la deslizó por su nariz, por su boca, por su cuello.
Llegó hasta los botones de su camisa, los desabrochó uno a uno.
Él la imitó sin decir nada.
Las dos camisas fueron a parar a la arena y a estás le siguieron el resto de la ropa.
El besó sus labios y cogiéndole de la mano, se levantaron y caminaron hacia la orilla del mar.
La luna fue el testigo del resto de esa noche.

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